Cuando la música comienza a inundar tus oídos, bajas la cabeza, de manera tal, que queda en un angulo casi perfecto de 45 grados. Con una mirada volátil. Suspiras levemente en reiteradas ocasiones. Las pulsaciones menguan considerablemente y permanece inmutable la música, no importa qué es lo que escuchas, mientras sea música.
Se apaga el interruptor del tácito alboroto de tu entorno y el silencio dice presente; revoloteando en tu dimensión, causando que cada reloj permanezca bajo la atenta mirada de la pausa, en la propia existencia y en el mismo sentido de la desestructuración de la inverosímil realidad.
Si. Creo que lo que, potencialmente, ocurre es que te desvaneces en tus propios pensamientos y te deslizas tenuemente en el torrente de inquietudes sosegadas sólo ante la aparición de una nueva interrogante que es, por lo demás, 'solutointolerante'. Puedes pasar horas tratando de descifrar los misterios de tu vida, los desaciertos de tu actuar o simplemente describiendo el desconsuelo que te genera la falta de control sobre tu propio orbe. Finalmente, te desesperas y dejas todo eso. Tirado ahí, solo. Razonamientos y cuestionamientos desamparados. Eres indiferente a tu propia ignorancia que no te permite concretar algo certero y convincente. Así, retomarlo en otro momento y comenzar todo otra vez, pues, esas cosas se archivan en desorden, generalmente; quizás cuando la música te eleve nuevamente a una distinta y poco prudente dimensión, puedas tener espacio para ello.
Tantas veces lo he vivido o, más bien, tantas veces lo viví así, tal cual, cayendo en esa desesperación aletargada sin respuestas ni salidas. Hasta que encontré, en los brazos de Dios, la que necesitaba, aquella que provoca que las, aparentemente, imperturbables discrepancias de mi "mundo", sean miserables.
La gracia de todo está en dejar que él se encargue. Reconocer que tiene el control de todo lo que existe (aunque suene "cliché"), de todo lo creado y por crear. Por eso, le llamamos primero y último, digno de toda devoción sincera y llena de amor. No es que le dejemos todo a él, dándonos el lujo de apartarnos de la situación pretenciosa. La idea es llevar el yugo juntamente con Diosito, sin hacer esfuerzos, pues, su grandeza es tal, que todo el agobio cae sobre sus hombres (igualito que en la muerte de Jesús); él lleva nuestras cargas y sólo nos queda disfrutar caminando a su lado en esta dulce carrera.